Juan Carlos falleció por hipotermia en Mendoza. Rechazó refugios porque no aceptaban a su perro. Su amiga cumplió el deseo que lo acompañó hasta el final: cuidar a su fiel Sultán.

Hace una semana, la Iglesia Católica de Mendoza alertó sobre el fallecimiento de dos personas en situación de calle a causa de las bajas temperaturas. Una de esas víctimas fue Juan Carlos Leiva, un hombre de 51 años que solía dormir en la entrada de un edificio del microcentro, en calle Perú, en Mendoza, donde un pequeño alero le ofrecía algo de resguardo ante el crudo invierno.
Allí, Juan era conocido por vecinos y trabajadores de la zona, muchos de los cuales lo ayudaban con lo que podían. Una de esas personas fue María del Carmen Navarro, empleada de limpieza en un consultorio del edificio, quien lo conocía desde hacía tiempo y fue testigo directa de los últimos días de su vida. También fue quien, fiel a una promesa, cuidó de Sultán, el perro que era su compañero inseparable.
Una lucha desigual contra el frío y el abandono
Durante el último temporal, Juan se encontraba visiblemente deteriorado. María lo vio una mañana con dificultades para respirar, con los ojos inflamados y apenas cubierto por una colcha liviana. Tenía los pies y las manos heladas, y calzaba un pantalón de verano. Su única preocupación seguía siendo el bienestar de Sultán.
Pese a la insistencia de quienes lo conocían, Juan no quería ir al hospital ni aceptar alojamiento en refugios. La razón era siempre la misma: no estaba dispuesto a separarse de su perro, ya que la mayoría de los espacios de asistencia no permiten el ingreso de animales. Esa fidelidad marcó su destino.
Finalmente, el 28 de mayo, María llamó al 911 y pidió una ambulancia. La asistencia tardó en llegar. Cuando lo hizo, la médica a bordo evaluó que se trataba de un cuadro de catarro y se negó a trasladarlo. María insistió en que Juan necesitaba atención médica urgente, pero solo logró que la profesional le recomendara acudir por sus propios medios.
Horas después, y tras mucho insistir, lograron llevarlo al Hospital Central. Allí lo dejaron, sentado en una silla, después de que María le prometiera cuidar a Sultán. “Sus últimas palabras fueron ‘cuídeme el perro’”, recordó entre lágrimas.
Una internación sin familia y el peor final
Internado sin documentos ni familiares que reclamaran por él, Juan fue derivado al Hospital Scaravelli, en Tunuyán. María, sin recursos para viajar y sin poder obtener información oficial por no ser pariente, siguió insistiendo. Llamó una y otra vez hasta que finalmente le confirmaron lo peor: Juan había fallecido el 4 de junio por la mañana.
Sufría de EPOC, neumonía y problemas cardíacos. Su historia se apagó lejos, sin compañía ni atención médica oportuna, como la de tantos otros que no tienen hogar y enfrentan el frío solos.
María no olvidó su palabra. Tras la internación de Juan, llevó a Sultán a su casa, lo resguardó del frío y lo cuidó durante varios días. Como no podía mantenerlo por más tiempo, comenzó a buscarle una familia. Fue entonces cuando una vecina de la zona —hija de los dueños de un kiosco donde Juan solía comprar— decidió adoptarlo.
Hoy, Sultán duerme en un sillón con un abrigo azul y recibe el afecto que Juan siempre quiso para él. “Le dije que iba a cuidar a su perro, y lo cumplí”, contó María.
La historia de Juan y su perro no es solo un testimonio de la crudeza del invierno, sino también una llamada de atención sobre el abandono social. A veces, quienes menos tienen son los que más enseñan sobre el amor, la dignidad y la lealtad.
