
Grupos de amigos, familias y jóvenes disfrutaron de un espectáculo plagado de clásicos, momentos provocadores y una comunión que atravesó generaciones, confirmando el magnetismo indiscutido del músico
El Estadio Mario Alberto Kempes de Córdoba se llenó de expectativa la noche del sábado cuando Pity Álvarez volvió a encender los reflectores con su regreso a los escenarios. Más de 35 mil personas viajaron de todo el país para ver en vivo el retorno de un músico cuya figura nunca dejó de alimentar leyendas, admiración y polémica en el rock argentino. El inicio resultó tan sorpresivo como el desenlace: el exlíder de Viejas Locas e Intoxicados subió puntualmente al escenario y mantuvo una precisión poco habitual en sus presentaciones, ejecutando un show de dos horas y media en el que todo parecía pensado hasta en el mínimo detalle. El pacto entre público y artista era claro: allí solo tendría lugar la música.
Este regreso llegaba después de siete años de perfil bajo. El nombre de Cristian Pity Álvarez quedó marcado por la tragedia en 2018, tras el homicidio de Cristian Díaz, y las imágenes de caídas irrecuperables por las adicciones. El músico pasó temporadas en prisión y clínicas, atravesó tratamientos psiquiátricos y batallas con sus adicciones. Su proceso judicial sigue abierto, aunque la causa principal permanece suspendida por motivos de salud mental.
Lejos de alimentar los viejos fantasmas de la imprevisibilidad, la noche se desarrolló con una normalidad cuidada. El estadio se colmó de familias y grupos de amigos que traían puestas camisetas que remiten a dos décadas de rock callejero. Muchos se apuraron a encontrar el mejor lugar, mientras una cuenta regresiva en pantallas anunciaba la hora exacta del show. Pity apareció vestido con botas y pantalón a rayas, acompañado por una puesta en escena dominada por luces y vientos, bajo la conducción de una banda de músicos experimentados. Roció a sus colaboradores con purpurina, una forma de agradecer “para que brillaran literalmente”, según contó uno de los integrantes del equipo, con glitter plateado en el rostro y la ropa.
Todo en el espectáculo buscó crear una conexión directa con el público. Abrió con “Intoxicado”, uno de sus grandes éxitos, seguido por una batería de clásicos como “Me gustas mucho”, “Volver a casa”, “Mirta”, “Una vela”, “Está saliendo el sol”, “Fuego” y “Lo artesanal”. Hubo espacio para la emoción más pura en “Homero”, el tema dedicado a su padre trabajador, y para el desahogo colectivo en “Nunca quise”, que hizo estallar un mar de lágrimas entre los presentes. En silencio, pero agradecido, Pity dirigió constantes gestos de gratitud a sus músicos y a la estructura que le permitió volver a tocar en un estadio.
El público mostró una lealtad difícil de exagerar. Asistieron adolescentes y jóvenes de hasta 25 años, muchos de los cuales solo tenían registros del artista a través de grabaciones o relatos familiares. Tres generaciones se unieron para cantar los himnos de la noche. Entre banderas y remeras rescatadas de años atrás, se dibujaba en el campo un mosaico de fanáticos de toda la vida y nuevos seguidores emocionados por esa suerte de liturgia rockera.
La puesta en escena resultó provocadora en varios pasajes. Pity subió al escenario con una correa atada a una mujer que le sirvió un trago y le encendió un cigarrillo antes de dejarlo solo con su guitarra, en una imagen que bordeó la ironía y la auto-parodia. También proyectó en pantallas una introducción de Mirtha Legrand junto a Yiya Murano, y en todo momento saltó de la actuación excéntrica a los gestos más espontáneos, como cambiarse de ropa varias veces o bromear con el público.
La noche dejó espacio también para la reflexión sobre el pasado. Pity interpretó “Te empezás a chorrear” y, antes de dar inicio, interpeló a la multitud con una ironía: “Vamos con un tema que hice cuando era chiquito y era tan insolvente. Me tengo que hacer cargo de las cosas que hice, ¿no?”. En otros tramos del recital, soltó frases que resonaron en el estadio: “¿Quién me va a juzgar? ¿Dios? ¿A mí, que soy Dios? Solo el universo me puede juzgar”.

El regreso de Álvarez implicó algo más que la reaparición de una figura polémica. En el ambiente flotó la pregunta sobre los límites de la reinserción social y el papel de la música como refugio y punto de encuentro colectivo. Aunque la causa por homicidio sigue sin sentencia y otro proceso judicial se mantiene en suspenso, la multitud eligió asistir, corear y aplaudir. Para muchos, el espectáculo encarnó la esperanza de que aun puede haber un nuevo capítulo para el indomable que, por una noche, se refugió en el rock, tocó ante miles y agradeció poder volver a hacerlo.













